Hoy no os traigo niños, hoy os voy a hablar de mi estación del año preferida, el otoño o la seronda en asturiano. Me gusta su clima, su olor, su sabor y su color. Soy una enamorada de Asturias y de sus bosques y en otoño en Asturias los sentidos se intensifican hasta el extremo.
Es época de castañas, de setas, de berrea, de frutos. Yo crecí en una familia maravillosa que amaba y ama nuestras costumbres y que nos inculcó la cultura del respeto al medio y la conservación de las tradiciones. Por eso, en mi casa, celebramos con júbilo los cambios de estación y aprovechamos el momento para reunirnos a recolectar. Nos encanta. Mi madre, mi hermana y yo (amén de tías, maridos e hijos) lo pasamos pipa recolectando lo que sea, lo que toque y en otoño toca recoger avellanas, nueces, castañas y setas.
Las nueces y las avellanas, por suerte, las recojo de cosecha propia, aunque nos gusta pasear siempre con un cestín, por si acaso. Las castañas, en el monte. Botas de montaña, ropa de abrigo y el cestín, o cestón, porque hay en abundancia en nuestros bosques. Me paro aquí a contaros que ya lo de los amagüestus se hacía en noche anterior a difuntos. Y quiero mencionarlo especialmente porque también entramos de lleno, en esta época, en la noche de Hallowen que no es para nada, extranjero. Sólo el nombre y la fiesta de disfraces, eso sí y a mí no me gusta pero… allá cada cual. Porque mirar, aquí, esa fiesta, se llama Samain y los niños también salían, aquí, en Asturias, a pedir comida y sobre todo dulces, por las casas de sus vecinos. Y también se dejaban calabazas huecas con velas dentro para guiar las almas de los difuntos. Se dejaban en los huertos, en los cruces de los caminos y las laderas de los bosques cercanos a las aldeas. Y el amagüesu tenía lugar el día anterior a difuntos y se comían las castañas en el campo, cerca de una hoguera y cuando terminaban dejaban algunas para que comieran los difuntos. Así pues nada nos es tan lejano ni tan cercano.
Es una preciosa tradición, la del amagüestu, de la que os hablará mi hermana, a raíz de una entrañable fiesta que celebramos en Navelgas.
Y de las castañas, a la berrea.
Escuchar a los venados bramando y el golpear de sus cornamentas no deja a nadie indiferente. Nosotros tenemos la suerte también de asistir a ese espectáculo en directo, desde una cabaña que nos dejan nuestros tíos en Felechosa.
En Aller, en Redes, en Somiedo, lo colores ocres, rojizos, dorados y anaranjados de nuestros bosques son espectaculares. ¿Y si además aprovechamos para coger unas setas?. Nada de un cestón ¿eh?, algo modesto para autoconsumo. ¿Oísteis hablar de los corros de brujas? Me encanta el nombre y la leyenda que cuenta que en las noches de luna llena, las hadas se reúnen para bailar lejos de los humanos, en círculos en los prados circundados de bosques. A los sapos le encanta contemplarlas y donde se sentara un sapo saldrá un hongo, formándose un hermoso círculo. Ahora bien, ¿sería el sapo venenoso o no? ¿Quién se come la seta?.
Bueno, mi afición por las setas se la debo a mi queridísimo suegro. Hasta que no lo conocí tampoco me llamaba nada la atención el tema pero con él aprendí y me divertí muchísimo. Le echo de menos. Me enseñó, como yo hago con mi hija, a coger únicamente aquello que no tenía duda alguna. Aprendimos los dos porque nos empapábamos de cuanto libro cayera en nuestras manos y luego, con un sobrino suyo y su mujer aprendimos más. La mujer era una excelente cocinera y los dos acabaron siendo expertos micólogos. La pena de todo esto es que antes, cuando salía con mi suegro, había setas. Ahora, con tanto curso y tanta salida al monte no hay. Están acabando con todo. No voy a calentarme con el tema porque no es lugar pero os pido, por favor, que no destrocéis sin conocimiento. No sé si será o no una moda pasajera. ¡Ojalá!. Mirar, hoy en día casi todos tenemos un móvil con cámara; pues disfrutar del espectáculo de las setas silvestres y fotografiarlas, buscarlas y compararlas, pero no las arranquéis sin más. Yo os dejo fotos de alguna curiosa.