A lo largo del camino se encontraban pequeñas piedras apiladas en montículos de forma rectangular, parecía algo realizado por un niño, la forma de apilarlas… el número siempre igual…pero tenía un halo de misterio incomprensible.
Pedro se movía sigilosamente, sabía que al haber perdido a su caballo el hecho de encontrarse solo, en un camino en medio del bosque dejaba demasiadas posibilidades a cualquier bandolero para un ataque sin complicaciones.
Pedro no tenía cuchillo, ni nada que pudiera utilizar como arma, Pedro no tenía ni bolsa de dinero; Realmente era solo un pobre tintorero que llevaba su arte al pueblo más grande del estado para la feria anual, si lograba vender sus telas conseguiría dinero para sobrevivir escuetamente todo el invierno, ni en los mejores tiempos, aquella época en la que la gente comía fuera de casa al menos dos veces por semana y salían a comprar y a disfrutar de las ciudades y pueblos, Pedro, hubiera conseguido que le pagasen más de el doble de lo que iba a conseguir ahora. Siendo sinceros, Pedro sabía que no era muy bueno en su oficio.
Es cierto que no había tenido un buen maestro, bebía mucho y siempre llegaba tarde al trabajo, no se molestaba en enseñarle y las tareas del taller eran tediosas por lo que Pedro tampoco se había molestado mucho para ser el mejor del taller. Además, las secuelas de teñir eran duras y permanentes y Pedro ya comenzaba a notar que su salud se resentía por la exposición prolongada a las tinturas en la piel.
De pronto, sonó un ruido sordo detrás de unos arbustos a unos metros de las acumulaciones de piedra, fue un sonido pequeño, ligero y corto en el tiempo pero muy simbólico, sonó como cuando saltas desde un muro bajo con los pies juntos.
Pedro, asustado, se apartó de un salto del camino hacia el lado contrario al sonido y se quedó muy quieto, algo encorvado y con la bolsa de telas teñidas por delante del pecho a la altura del mentón, gritó:
-“¡Quien va!”
Pero nadie ni nada contestó y no hubo más ruidos.
Después de unos instantes, Pedro continuó caminando, inquieto, siguiendo la senda por la parte derecha del camino, echando pequeñas miradas de soslayo, sin estar seguro y convencido de su camino.
Los montículos comenzaron a ser más grandes, más rectangulares y más continuos hasta que llego a un claro en el cual terminaban, en aquel claro se observaba una serie de rocas colocadas de costado, algunas pequeñas como mesas y otras tan grandes como casas, hacían un rectángulo con hueco en medio, en el hueco había un agujero excavado, no más grande que una persona tumbada a lo ancho y profundo hasta la cintura de un hombre de estatura media, Pedro se acercó al claro.
En el hueco quedaban los restos de una hoguera que otrora se encendiera a menudo, Pedro imaginó que era un lugar donde acampar en otros tiempos o que los lugareños lo utilizaban para las fiestas de la cosecha, la zona era espléndida, amplia pero recogida del viento y el sol e irradiaba un halo de misterio increíble.
Otra vez el ruido sordo.
Otra vez la pregunta.
Otra vez no hubo respuesta a ella.
Anochecía y pese al susto y el ruido escuchado ya dos veces Pedro sabía que estaría más seguro allí así que posó su bolsa de telas y se dispuso a buscar madera en las inmediaciones para hacer una hoguera donde antes la habían hecho otros.
Una vez tuvo listo el fuego sacó de su bolsa las telas y descubrió del fondo de la bolsa una canastilla de cuero en la que llevaba un poco de queso, chorizo y un mendrugo de pan duro, además sacó de su capa una cantimplora con agua.
Sería una cena discreta pero era lo único que necesitaba.
Incómodo con el ruido decidió ponerse de cara al lugar donde lo había oído por primera vez, se tumbó y casi al instante se quedó dormido.
Poco después del amanecer Pedro se despertó relajadamente; al principio le costó un poco saber donde se encontraba, ubicarse y desentumecer sus músculos agarrotados por una noche a la intemperie. Se desperezó, busco su bolsa, aplastó los restos del fuego de la noche anterior para extinguirlo del todo y busco su bolsa.
¡Esta no estaba! Pedro se volvió loco, gotas de sudor comenzaron a recorrer toda su frente y una mueca de terror se adueño de él, su bolsa, en la cual tenía TODA su vida, todo lo que poseía, lo que podía conseguir que sobreviviera al invierno que se acercaba ¡había desaparecido!
Busco cerca de donde descansó, al rededor del claro, en el hoyo del fuego pero nada, las prendas no estaban por ninguna parte, le habían robado durante la noche.
Tenía que haber sido ese ruido sordo, había alguien acechándole seguro, lo sentía, lo había notado desde que entró en el claro, sabía que algo pasaba, no era normal aquella acumulación de piedras, aquel sonido, aquel claro…
Al alzar la vista al cielo y gritar de desconsuelo, Pedro vio su bolsa. Estaba en lo alto de una de las piedras, en la que era tan alta como una casa, pero ¿como pudo acabar ahí? ¿que bromista o malvado había podido subir hasta ahí arriba cargando una bolsa tan grande y pesada como la suya solo para dejarla ahí?
Tras la incomprensión primera, Pedro buscó la forma de subir a la roca, después de una hora de escalar de piedra en piedra, pues subir directamente era imposible y aprovechar la situación y medidas de las otras piedras era más sencillo de lo que parecía en un principio, consiguió llegar a su bolsa. Cuando la cogió, se paró a mirar al rededor y descubrió el verdadero claro de Phar.
A su alrededor había una vida inmensa, no solo los árboles, los arbustos y el camino denotaban un orden perfecto sino que todo el valle era una obra de ingeniería, correcto, ordenado y cuadriculado como un tablero de ajedrez, la cantidad de colores y el orden del diseño era tan perfecto que hizo a Pedro sobrecogerse, en ese instante supo que era lo que había pasado.
Continuará…