Se apoyaba en el alféizar de la ventana, disimuladamente, sin abrirla, en una esquina, miraba la casa de enfrente, observaba a la chica que dormía la siesta, muy tranquila, con dos perros, antes embarazada y ahora con un bebé.
Le gustaba ver cómo reían y jugaban cuando se despertaban porque sabía que era la recta final de la jornada de trabajo.
Quería decir que eran cerca de las 6, la hora a la que él y el resto de obreros se iban de la obra.
Es lo que tiene no poner cortinas en casa, que los de la obra de enfrente viven contigo en tu habitación.