Historias mínimas 46
Se despertó con el horrible sonido de los plumíferos voladores asesinos, esos depredadores voraces que nunca se cansaban de intentar comerle a uno. Se desperezó y se lamió una a una sus 6 patas.
De ahí caminó un poco por su galería a tomar una gota de agua y siguió subiendo los 50cm que restaban hasta la entrada de su madriguera.
Gri se empezó a rozar las alas. Estaba muy orgulloso de su canto, tenía un “cri cri” muy agudo y sabía que embriagaba a las hembras de su especie.
De repente, su canto quedó tapado por un sonido ensordecedor y un terremoto, cuando quiso darse cuenta estaba corriendo desbocado sobre la montaña negra gigante, no sabía cómo había llegado hasta allí pero corrió todo lo que sus patas le dejaron, esquivando arañas y saltamontes (esos estúpidos que siempre querían entrar en su territorio) hasta llegar a la corteza y el árbol de su zona.
Allí, espero, observando qué era lo que había pasado.
El monstruo ensordecedor había pasado, como casi cada día y esta vez, una de esas cosas enormes con solo 4 patas desiguales había pasado echando un líquido pegajoso.
Pero “¡no hay mal que por bien no venga!” pensó. Ya que subiendo la montaña, un poco más allá, encontró a la que había estado llamando con su canto, Gría, la que esperaba fuera su compañera esta primavera si lograban sobrevivir a los plumíferos voladores asesinos.