Desde mi ventana escucho a un perro ladrar, parece enfadado, quizá sea conmigo porque he cogido la guitarra y la he aporreado un rato. No salen sólidos solo ruido. Ruido como el que hace el vecino que tiene su “tienda de campaña” montada en el jardín de al lado.
El campo debería ser tranquilo y silencioso pero resulta ser tan bullicioso como la ciudad cambiando los coches por perros, los obreros por gallos y los vecinos por… No, esos no cambian.