Poco a poco se me van terminado los relatos que tenía escritos y eso me lleva a un problema, ¡tengo que volver a escribir y no sé si estoy preparada! El tiempo me lo dirá, por ahora os dejo con otra entrega, este data del 2008, una época prolífica en este aspecto.
Tengo ganas de seguirlo así que puede que tire de las dos vías que deja abiertas, la historia de “los malos” y de los que se salvan, no se. Espero que os guste.
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Los fuegos ardían por doquier, a cada lado de la gran torre había un centenar de caballeros batallando contra los hombres de armas del castillo. No había salida posible.
El ala oeste estaba repleta de cadáveres, mujeres y niños se algopaban en las esquinas de la sala principal esperando a ver cual sería su destino.
Tanto la puerta principal como la de servicio habían sido bloqueadas para que nadie pudiera escapar de aquella torre, la mayoría ya sabía lo que le esperaba. Seguramente pensaban prender fuego a la torre para que nadie escapara.
Todos estaban aterrorizados, los niños lloraban bajo las faldas de sus madres, los jóvenes no sabían si dar gracias por no poder salir a luchar o llorar de desesperación por el futuro que tendrían.
Se decía que no harían prisioneros, matarían a los hombres y a todo aquel que tuviera suficiente fuerza para luchar, violarían a las mujeres y a las niñas y saquearían cuanto quedase en pie. En cuanto se hubieran cansado del lugar, lo arrasarían con todos aquellos que estaban dentro y se marcharían en busca de otra ciudad que asediar.
Así es como serían las cosas y todos lo sabían, su destino era perecer bajo el fuego o el acero (en el mejor de los casos), aun así, había alguien que no estaba dispuesto a morir entre los demás, lucharía, pelearía todo lo que pudiera, o…seguramente, mejor, huiría. Lo intentaría en cuanto llegaran a la torre.
Amontonados en una esquina de la sala se veía a tres niños y una jovencita, cerca de un anciano que cogía la mano de uno de ellos.
Estaban acurrucados cerca del gran fuego de la sala, se eles ocurrió que si quemaban toda la sala seguramente cogerían el fuego de esa chimenea y lo llevarían a los lugares más alejados de él así que ese sería el último punto en arder, sobre todo porque era el único lugar de la torre que no tenía paja en el suelo, por estar cerca del fuego.
Matilde estaba muy nerviosa, los ruidos de la batalla comenzaban a extinguirse y habían anunciado que las puertas estaban cerradas, con lo que no podían hacer nada más que esperar. Sabía cual sería el destino de sus hermanos, nunca se dejaban prisioneros y no quedaría nadie vivo que pudiera tramar venganza e intentar llevarla a cabo en otros tiempos, sus hermanos morirían bajo el acero de esos bárbaros antes o después. Realmente ella prefería que fuera pronto, no soportaba la agonía de pensar que iban a morir, deseaba que todo aquello acabara y no le preocupaba su propia persona, sabía lo que le depararían los próximos días.
Con toda seguridad, ella sería violada y pegada por unos cuantos hombres y si conseguí sobrevivir se la rifarían como botín de guerra; pasaría de un dueño a otro según fuera haciéndose vieja e inservible hasta que muriera o se cansaran de ella.
De todas formas no le importaba, había trazado un plan, ella era una joven virgen muy guapa, lo sabía porque había recibido muchas propuestas de matrimonio que había rechazado y a demás ella era la hija del rey.
Nadie lo sabía porque la habían ocultado junto con sus hermanos desde semanas antes del asedio con un viejo escolta que fingía ser su padre. Su verdadero padre creyó que eso la salvaría de una muerte rápida, imaginó que sería capaz de sobrevivir entre los bárbaros, como un juguete hasta poder escapar.
Tronó la puerta principal, se acercaba la hora.
Las pisadas y los gritos de horror fueron en aumento, el acero contra el acero y hasta los cascos de los caballos entrando en el piso de la planta baja. Todos empezaron a ponerse tensos, algunos se acurrucaron más contra las paredes y otros se pusieron en pie preparándose para intentar huir por los huecos que dejasen los que subían a matarles a su paso.
Nadie sabía como había sido, dos semanas antes, estaban todos en sus casas tranquilamente y, de repente, empezó a llegar gente sin parar de las aldeas vecinas a pedir refugio; una banda de salvajes y curtidos mercenarios se dirigían hacia el castillo matando e incendiando todo pueblo,, aldea y casa que encontraban a su paso.
Se decía que les lideraba un proscrito al que el rey había exiliado y cortado personalmente una mano años antes, por haber rozado el pelo de su hija con un dedo.
Llegó el fragor de la batalla a su cenit, comenzaron a oírse los gritos de aquellos que se encontraban en la escalera que conducía a la sala principal. El ambiente se cargó de repente, la gente casi ni respiraba, sabía que estaban subiendo.
Una gan hacha apareció por la escalera antes incluso que el hombre que la empuñaba y sajó de un tajo el cuello de un hombre que estaba de pie al final de los escalones, con un ruido sordo éste se desplomó.
Había sed de sangre en la cara de aquel hombre, era enorme, con el pelo largo y enmarañado y los músculos de los brazos en tensión. Tenía una fea cicatriz que le cruzaba la cara de parte a parte y cojeaba de la pierna derecha donde se veía una fea herida que sangraba profusamente.
Se paró delante de todos los presentes con tres hombres a la zaga. Eran rudos, sucios y tenían los ojos desorbitados de rabia y ganas de luchar.
Siempre sucedía lo mismo durante una batalla, cuando ésta se terminaba, los contendientes que ganaban tenían necesidad de matar por matar, quizá era por haber estado al borde de la misma muerte o quizá sólo era que, en su barbarie, no conocían lo que era la piedad.
-Quién es el más anciano de todos vosotros. Que se levante y venga hasta aquí. – Dijo el bárbaro del gran hacha de guerra.
Un hombre de unos 55 años de edad se levantó del suelo y se acercó a unos pasos del bárbaro.
-Bien, coge a ese bebé. -Le ordenó, pero el hombre estaba paralizado por el miedo. -¡Haz lo que te digo si no quieres sufrir la muerte de tu amigo, no tengo tiempo para esperar a que te lo pienses! -Rugió el bárbaro señalando al caído con la cara cortada.
Una mujer se puso a gritar enloquecida con su bebé fuertemente apretado contra su pecho, el anciano se lo arrebató de los brazos mientras la mujer seguía gritando. De repente, una flecha silbó en el aire y fue a clavarse en la garganta de la mujer. Sus gritos cesaron con un leve gorgojo.
El anciano acercó el bebé al bárábaro, quien lo cogió por un pie mientras el chiquillo comenzaba a berrear por la postura.
-Todos los que aquí os hayáis, sabéis bien lo que va a pasar, sólo dejaremos que uno de cada familia salve la vida, el más pequeño y el más débil de cada familia. Levantaos o levantarle y traerle hasta aquí. Ahora.
Cada uno de los presentes fue llevando a su hijo más pequeño, una niña de unos 3 años cogió a un bebé de los brazos de una madre que no podía ya ni llorar y se acercó con él a donde estaba el bárbaro.
Poco a poco cada familia fue haciendo lo mismo entre sollozos. Llegó el turno de Matilde, cogió a Jatan de la mano y lo acercó al grupo que se reunía ya en el centro de la sala, la mayor de las niñas que allí se encontraban tendría unos 8 años, pero se la veía fuerte e incluso desafiante, dejó al niño con ella. No hubo tiempo de hablar con él, pero Jatan sabía lo que le habría dicho si pudiera: -“no olvides nunca que tú eres el hijo de un rey. Prepárate para tomar venganza. Huye lejos, prepárate y regresa para recuperar lo que te pertenece por derecho.”
Los niños salieron de la sala acompañados de uno de los hombres de aquel bárbaro y los demás se quedaron mirando a la muchedumbre que se agolpaba contra las paredes de la gran sala.
Los bárbaros que les miraban sonreían de una manera macabra, se palpaba la tensión, no habría salida.
En ese momento llegó el terror, las mujeres comenzaron a chillar y los jóvenes a correr de un lado a otro. Subieron más hombres que se metieron entre la gente de la sala que ya no paraba de moverse y gritar, los hombres fueron cogiendo a las mujeres que aun no eran demasiado mayores, cada vez que un niño hacía acopio de fuerzas e intentaba que no se llevasen a su madre o hermana el bárbaro lo ensartaba en su espada sin mirarle siquiera, no había piedad. las mujeres fueron saliendo de la sala, en hombros de bárbaros o arrastradas de los pelos.
El jefe proscrito de la banda subió y de repente fue como si el tiempo se parase, los hombres se irguieron y soltaron a las mujeres y todos los presentes en la sala se volvieron a agolpar contra las paredes. Se pegaban tanto a ellas que casi parecía que con la fuerza de todos podrían derribarlas empujándolas con sus espaldas.
Matilde lo vio entrar y se escondió detrás de uno de sus hermanos, cerca del fuego, sabía que aquel hombre la buscaba y no pararía hasta dar con ella pero intentaría ponérselo lo más difícil posible. Con el pelo corto como un chico, la cara sucia de hollín y ropas de mendigo podría pasar por un chico casi para cualquiera, pero para Ron… quizá no.
El proscrito dejó vagar su mirada entre los presentes.
-Rufus, saca a las mujeres que merezcan la pena y encierra a los ancianos y enfermos en los calabozos, al resto déjalos aquí, prenderemos fuego a la torre con ellos dentro. -Dijo Ron entre dientes sin dejar de mirar a la multitud.
Fueron sacando a las mujeres y a los ancianos de la torre, cada vez estaban más cerca de ella, Matilde supo que en cualquier momento la encontrarían. Se acurrucó en el suelo y sus hermanos se sentaron sobre ella y a su alrededor para intentar que pasara inadvertida, pero uno de los bárbaros se acercó con cara interrogante a ellos.
De pronto, el anciano que les cuidada se le echó encima con un puñal en la mano, saltó sobre su espalda y logró clavárselo en la clavícula al enorme asesino llamado Rufus, pero el bárbaro tenía la espada presta y ensartó al anciano antes de caer al suelo. Lo apartó de un empellón y se incorporó gruñendo mientras se sacaba el puñal del hombro.
El anciano cayó pero le dio tiempo a acercarse al lugar donde ocultaban a Matilde tapándola bajo su cuerpo con lo que el bárbaro, al ver que el anciano yacía muerto, se apartó del lugar pegando voces de rabia y atizando a todos los que tenían la mala fortuna de caer cerca de él.
Las puertas se cerraron detrás de ellos, cuando hubieron sacado a todos los que les habían ordenado. Se empezó a oler a humo, habían prendido fuego a la torre desde el piso superior y el inferior, estaban perdidos.
Los niños más pequeños comenzaron a gritar y los jóvenes se levantaron para ver por donde podrían escapar, Matilde intentó quitar al anciano de encima de ella pero le fue imposible, de pronto sonó un grave crujido y el techo de paja y madera se desplomó sobre la sala, las llamas empezaron a extenderse y a crepitar.
Se arrastró hasta el hueco de la chimenea, ahora apagada, las llamas salían por todas partes, sus piernas estaban atrapadas debajo del anciano. Comenzó a toser, no podía casi respirar y de pronto todo se nubló y supo que estaba a punto de perder el conocimiento para siempre.